miércoles, abril 11, 2012

El "espíritu del capitalismo" en el Sirácides

Hace algún tiempo reseñábamos en una entrada unos extractos de la obra de Benjamin Franklin que utilizó Max Weber en su investigación sobre los orígenes del capitalismo como fenómeno típico y casi exclusivo del protestantismo. Al leer las recomendaciones del famoso científico, diplomático, político, periodista y (último, pero no menos importante) empresario norteamericano en materia de economía, es que podemos percatarnos de cómo ese país que comenzó siendo una agrupación de pequeñas colonias que lucharon y obtuvieron su independencia de la metrópoli, se convirtió en poco más de un siglo en una indiscutible potencia mundial -independientemente de que actualmente su poder político, económico, aunque no el militar, estén en declive lento, pero sostenido-.

 La investigación de Weber puso en el tapete una serie de cuestiones hasta entonces nunca pensadas y que suponen un conjunto de interesantes consecuencias tanto para la economía, como para el comportamiento en general de las sociedades, la religión -como fenómeno social- incluida. La lectura del libro de Weber -y de las citas de Franklin- no pueden dejar a nadie indiferente: son seductores, atrayentes, encantadores. Ambos permanecen en la mente tiempo después de haber sido leídas y meditadas.

En uno de los libros que adquirí recientemente (en la FILVEN 2012), he visto confirmada una vez más la tesis del sociólogo alemán. No se trata de un libro de economía o sociología, sino uno que estudia la historia de una de las religiones más asociadas a ese "espíritu del capitalismo" del que hablaba Weber: el judaísmo. Me refiero a la "Historia del Pueblo de Israel", de Ernesto Renán, filólogo, historiador y hebraísta francés del siglo XIX, quien dedicó su vida a investigar ampliamente la historia del judaísmo y del cristianismo en clave positivista, con todas las consecuencias que ello implica -en logros a favor y críticas en contra-.

Ernesto Renán (imagen superior), en su Historia del Pueblo de Israel, caracteriza al libro de Jesús Ben Sirá como el Código de la Burguesía de su época.

Uno de los capítulos que más me llamó la atención del susodicho libro, se refiere a la nobleza sacerdotal de la época de la dominación macedónica en Israel (Alejandro Magno y sus sucesores de la dinastía seleúcida) como una "burguesía". Y, aunado a ello, Renán comenta uno de los libros más interesantes y valiosos de la época e incorporado al canon bíblico católico: el sirácides o eclesiástico. Veamos lo que dice al respecto:
"... a lo largo de aquel primer período del dominio seléucida en Jerusalén, los hombres piadosos no tuvieron de qué quejarse. Las monedas griegas progresaron, pero la antigua escuela grave continuaba floreciendo. El sumo sacerdote era un auténtico soberano: mandaba a ejecutar obras públicas, fortificaba la ciudad y la ponía a salvo de un asedio. Nadie, sin embargo, pensaba que la tal ciudad tuviese el menor valor militar. A los griegos les parecía Jerusalén un templo...
El judío era considerado principalmente hombre piadoso, pero también era hombre de orden, que desempeñaba bien los encargos que se le daban, siempre que se le dejara en paz observar su ley. Lo que iba formando la Thora era una burguesía reglamentada, piadosa y razonable a un tiempo, como los pietistas protestantes de Inglaterra y América...
Al gran sacerdote Simeón el Justo se le tuvo por el último miembro de la gran sinagoga, y dejo una memoria muy honrosa. Fue casi la última figura bíblica, antes de los rebajamientos de los tiempos asmóneos y herodianos. El templo le debió grandes reformas y la ciudad importantes obras públicas. Los recuerdos que de él tenemos lo presentan como hombre de suave devoción, enemigo de las exageeraciones del misticismo... (Jesús Ben) Sirach hizo una composición poética que constituye el cuadro más perfecto del culto de Jerusalén en aquel tiempo.
JESÚS, HIJO DE SIRACH
La voz israelita que más claramente pudo oírse en aquel tiempo fue la de Jesús, hijo de Sirach, que el año 180 escribió un libro imitando los antiguos que se atribuían a Salomón. Fuera de algunos defectos, este libro honra al siglo y a la raza que lo produjo. Es el código de una burguesía honrada, con alto sentido práctico de la vida y no extraviado por quimeras sobrenaturales. La sabiduría consiste en temer a Dios y seguir su ley...

Nunca nadie tuvo bastante con tan poca dosis de religión como aquel laico piadoso, dos siglos antes de Jesús. Ni el Eclesiastés está más libre que él de creencias sobrenaturales. Los sacrificios y las prácticas piadosas tienen poco valor: la honradez lo es todo...
La victoria de Jesús, hijo de Sirach, es la victoria de la moral burguesa al modo de Franklin y por eso ha hecho más efecto en el mundo ese libro mediano que otros que le son muy superiores. Este autor es austerísimo: no sólo defiende una monogamia estricta (aunque la Thora permita varias mujeres), sino que cualquier ligereza cometida por el hombre le parece condenable. La familia se basa en el respeto al padre, y el hijo ingrato es una monstruosidad.
En su casa el padre debe estar en cualquier momento serio, sin sonreír ni mirar a sus hijos. Deben imponerse al niño castigos diarios...
El sabio perfecto, según este autor, sería una especie de musulmán de aspecto grave, muy cuidadoso de su propia respetabilidad, aseado en su persona, quisquilloso en lo concerniente a su reputación, de opiniones moderadas y medias, meticuloso en la elección de sus relaciones. Evita la compañía de la gente elegante, de los ricos soberbios. Resistir alos poderosos es tan inútil como intentar oponerse a la corriente de un río. El hombre prudente debe evitar el trato con ellos.
A este aristócrata burgués no le gusta ver a los pobres, pero considera un buen principio fundamental de la religión ser benéfico para ellos. La limosna es un deber. Los males de la humanidad resultarán atenuados por las buenas obras del hombre piadoso, constante en visitar a los enfermos, caritativo con el débil, bueno para la servidumbre, dado a perdonar las injurias (algo muy parecido a la Responsabilidad Social Empresarial contemporánea)...
...el estado religioso de Sirach era el más perfecto que se hubiera visto hasta entonces. Nada de sacrificios ni agüeros. No cree en los sueños: su culto es el de un hombre ilustrado que todo lo subordina a la justicia y la honradez... El hijo de Sirach es un judío moderno, útil a la sociedad en que vive y de la cual vive, resignado ante la vanidad universal, sin negarse a disfrutar la hora que pasa porque nada sabe del infinito en que se pierde...".
El retrato que traza Renán tanto de Jesús Ben Sirá, como del libro que compuso ("Sirácides" o "Eclesiástico") y la época en que fue escrito son increíblemente vívidos y útiles. Al leer estos extractos, nos acercamos un poco más en la comprensión de la tesis de Weber sobre la relación entre religión y capitalismo. Para ilustrar un poco mejor este punto, veamos algunos versículos de este interesante e instructivo texto bíblico:
- No rehúyas los trabajos duros, ni la labor del campo que el Altísimo creó (7, 15).
- ¿Tienes rebaños? Cuídalos; y si te dan ganancia, consérvalos (7, 22).
- No pelees con el poderoso, no sea que caigas en sus manos (8, 1).
- No prestes a uno más fuerte que tú, y si le prestas, dalo por perdido (8, 12).
- No salgas fiador por encima de tus posibilidades, y si lo haces, piensa en cómo pagarás (8, 13).
- Más vale el que trabaja y anda sobrado que el que alardea y carece de pan (10, 27).
- El pobre es honrado por su saber, y el rico por su riqueza. Quien es apreciado en la pobreza, ¡cuánto más lo será en la riqueza! Quien es despreciado en la riqueza, ¡cuánto más lo será en la pobreza! (10, 30-31).
- Buena es la riqueza adquirida sin pecado, mala es la pobreza en boca del impío (13, 24).
- En tiempo de abundancia recuerda la carestía, y en tiempo de riqueza, piensa en la pobreza y la indigencia (18, 25).
- No te aficiones a la buena vida, ni te dejes a trapar en sus redes. No te arruines festejando con dinero prestado, cuando tienes la bolsa vacía (18, 32-33).
- Muchos pretenden adueñarse de lo prestado, y ponen en dificultad a quienes los ayudaron (29, 4).
- Antes de recibir el préstamo, besan las manos del prójimo, y humillan la voz para conseguir su dinero; pero a la hora de restituir dan largas, responden con evasivas y echan la culpa a las circunstancias (29, 5).
- Si consigue pagar, el otro recibirá apenas la mitad y aún lo considerará como una ganga. En caso contrario, perderá su dinero, y se habrá ganado sin necesidad un enemigo, que devolverá maldiciones e insultos, y en lugar de honor le devolverá desprecio. Así que muchos se niegan a prestar dinero, no por malicia, sino por miedo a que les despojen sin razón (29, 6-7).
- Dulce es la vida del que se basta a sí mismo y del trabajador (40, 18).