domingo, febrero 03, 2013

El primero del 2013: De políticos y gerentes

Ya bien entrado el año 2013, no queda más que desear feliz y próspero lo que queda de él. Gestión Inteligente, si bien se ha venido ralentizando por razones ajenas a nuestra voluntad (trabajo, estudios... ¡qué se yo!), ha sido objeto de crecientes visitas: desde marzo hasta diciembre de 2012 tuvimos un total de 7.685 visitas. Pero la cosa se pone aún mejor: en enero de este año, sin haberse publicado entrada alguna en el blog, se recibieron nada menos que 1.484 visitas. Eso promete. Y dice mucho del interés que viene cobrando con mayor fuerza el tema económico y gerencial. ¡Enhorabuena! _________________________________________________________________
Lo que sigue a continuación son extractos de un tesoro en letras que hallé hace poco. La literatura del siglo de oro español es una de las cumbres del esfuerzo humano. Pero cuando el estilo se une a la profundidad del significado, el resultado es inolvidable. Parte de esa extraordinaria producción de los siglos XVI y XVII, de la que Gracián y Quevedo son apenas puntas de un iceberg que aún permanece ignorado en gran medida, es "Las Empresas Políticas" del político y diplomático español Diego de Saavedra Fajardo. Saavedra escribe para su mundo y su época. Muy influido por el catolicismo y la ideología de la contrarreforma y, por supuesto, por la historia española, su obra es magnífica no sólo para los interesados en los temas políticos, sino para quienes entienden que la política se da la mano con la gerencia en cuanto son disciplinas relacionadas con la conducción de hombres: en el primer caso, con miras al bien común de la sociedad en su conjunto, en el segundo, teniendo como objetivo el beneficio de las actividades productivas. Por ello les invito a reflexionar sobre esa semejanza mientras leen las siguientes líneas (les sugiero sustituir el término príncipe por Gerente: ayudará bastante a comprender mi punto):

A) Sobre los príncipes (gerentes) viejos:
"En cuanto a su persona, advierta el príncipe que es el imperio más feroz y menos sujeto a la razón, cuanto más entra en la edad; porque los casos pasados le enseñan a ser malicioso, y, dando en sospechas y difidencias, se hace cruel y tirano".
B) Sobre la capacidad de trabajo de los príncipes (gerentes):
"Mientras duran las fuerzas al príncipe, ha de vivir y morir obrando".
C) Bondad vs. maldad de los príncipes (gerentes):
"Si el príncipe es bueno, le aborrecen los malos; si es malo, le aborrecen los buenos y los malos, y solamente se trata del sucesor, procurando tenerle grato: cosa insufrible al príncipe, y que suele obligarle a aborrecer y tratar mal a sus vasallos. Al paso que le van faltando las fuerzas, le falta la vigilancia y cuidado, y también la prudencia, el entendimiento y la memoria; porque no menos se envejecen los sentidos que el cuerpo; y queriendo reservar para sí aquel tiempo libre de las fatigas del gobierno, se entrega a sus ministros o a algún valido, en quien repose el peso de los negocios y caiga el odio del pueblo".
D) Sobre la avaricia en los príncipes (gerentes):
"Huya el príncipe del vicio de la avaricia, aborrecido de todos y propio de la vejez, a quien acompaña cuando se despiden los demás".
E) Las virtudes del príncipe (gerente):
"Procure hacerse amar de todos con la afabilidad, con la igualdad de la justicia, con la clemencia y con la abundancia, teniendo por cierto que, si hibiere gobernado bien y tuviere ganada buena opinión y las voluntades, las mantendrá con poco trabajo del arte, infundiendo en el pueblo (los empleados) un desconsuelo de perderle y un deseo de sí".
F) Sobre el relevo de los príncipes (gerentes):
"No solamente ha de procurar el príncipe asegurar e instruir al sucesor, sino prevenir los casos de su nuevo gobierno, para que no peligre en ellos; porque al mudar las velas corre riesgo el navío, y en la introducción de nuevas formas suele padecer la naturaleza por los desmayos de los fines y por el vigor de los principios... Piérdese fácilmente el respeto al sucesor, y se intentan contra él atrevimietnos y novedades. Y así, ha de procurar el príncipe que la última parte de su gobierno sea tan apacible, que sin inconvenientes se introduzca en el nuevo... Componga los ánimos de los vasallos y sus diferencias. Deshaga agravios, y quite las imposiciones y novedades odiosas al pueblo. Elija ministros prudentes, amigos de la concordia y sosiego público, con lo cual bien sosegados los ánimos, y hechos a la quietud y blandura, piensan los vasallos que con la misma serán gobernados del sucesor, y no intentan novedades".
G) Causas de la estima de los príncipes (gerentes):
"Al príncipe se le estima por la forma del arma con que ordena, manda, castiga y premia; y, en descomponiéndose ésta con la edad, se peirde la estimación".
H) El desencanto del príncipe (gerente):
"Si los negocios han de renunciar al príncipe, mejor es que él los renuncie".
I) La vida personal del príncipe (gerente):
"No siempre ha de vivir el príncipe para la república; algún tiempo ha de reservar para sí solo, procurando que al tramontar de la vida esté el horizonte de la muerte despejado y libre de los vapores de la ambición y de los celajes de las pasiones y afectos".
J) Semblanza de Fernando El Católico como ejemplo de buen príncipe (¿gerente?):
"Lo que en él no pudo perfeccionar el arte y el estudio, perfeccionó la experiencia, empleada su juventud en los ejercicios militares. Su ociosidad era negocio y su divertimento atención. Fue señor de sus efectos, gobernándose más por dictámenes políticos que por inclinaciones naturales. Reconoció de Dios su grandeza, y su gloria de las acciones propias, no de las heredadas. Tuvo el reinar más de oficio que por sucesión. Sosegó su corona con la celeridad y la presencia. Levantó la monarquía con el valor y la prudencia, la afirmó con la religión y la justicia, la conservó con el amor y el respeto, la adornó con las artes, la enriqueció con la cultura y el comercio, y la dejó perpetua con fundamentos e institutos verdaderamente políticos. Mezcló la liberalidad con la parsimonia, la benignidad con el respeto, la modestia con la gravedad y la clemencia con la justicia. Amenazó con el castigo de pocos a muchos, y con el premio de algunos cebó las esperanzas de todos. Perdonó las ofensas hechas a la persona, pero no a la dignidad real. Vengó como propias las injurias de sus vasallos, siendo padre de ellos. Antes aventuró el Estado que el decoro. Ni le ensoberbeció la fortuna próspera, ni le humilló la adversa. En aquella se prevenía para ésta, y en ésta se industriaba para volver a aquella. Sirvióse del tiempo, no el tiempo de él. Obedeció a la necesidad, y se valió de ella, reduciéndola a su conveniencia. Se hizo amar y temer. Fue fácil en las audiencias. Oía para saber y preguntaba para ser informado. No se fiaba de sus enemigos y se recataba de sus amigos. Su amistad era conveniencia; su parentesco, razón de estado; su confianza, cuidadosa; su difidencia, advertida; su cautela, conocimiento; su recelo, circunspección; su malicia, defensa, y su disimulación, reparo. No engañaba, pero se engañaban otros en lo equívoco de sus palabras y tratados, haciéndoles de suerte (cuando convenía vencer la malicia con la advertencia) que pudiese desempeñarse sin faltar a la fe pública. Ni a Su Majestad se atrevió la mentira, ni a su conocimiento propio la lisonja. Se valió sin valimiento de sus ministros. De ellos se dejaba aconsejar, pero no gobernar. Lo que pudo obrar por sí no fiaba de otros. Consultaba despacio y ejecutaba de prisa. En sus resoluciones antes se veían los efectos que las causas... Trató la paz con la templanza y entereza, y la guerra con la fuerza y la astucia. Ni afectó ésta ni rehusó aquélla. Lo que ocupó el pie mantuvo el brazo y el ingenio, quedando más poderoso con los despojos. Tanto obraban sus negociaciones como sus armas. Lo que pudo vencer con el arte, no remitió a la espada. Ponía en ésta la ostentación de su grandeza, y su gala en lo feroz de los escuadrones... Obraba lo mismo que ordenaba. Se confederaba para quedar árbitro, no sujeto. Ni victorioso se ensoberbeció, ni desesperó vencido. Formó las paces bajo del escudo. Vivió para todos y murió para sí, quedando presente en la memoria de los hombres para ejemplo de los príncipes, y eterno en el deseo de sus reinos".
(Tomado de "Los fundamentos de la Diplomacia", de Manuel Fraga Iribarne y Rafael Rodríguez Moñino, Planeta, Barcelona, 1977)