lunes, marzo 24, 2014

De la diplomacia y de los diplomáticos (I)

A mis amigas y amigos del Servicio Diplomático venezolano 
y a mis colegas internacionalistas

 Lo que sigue son extractos del excelente libro de Armando Rojas, "Los creadores de la diplomacia venezolana":
"Mucho se ha denigrado de la diplomacia y de los diplomáticos. Unas veces, con razón. Otras, las más, sin ella. Diplomacia, para muchos, es sinónimo de holgazanería, snobismo y frivolidad. Se considera, frecuentemente, al diplomático como el prototipo del hombre que ha resuelto, de la mejor manera, el problema de vivir sin trabajar o trabajando lo menos posible...
El viejo Talleyrand solía decir, con la malicia y socarronería que le caracterizaba, que la palabra le había sido concedida al hombre para disfrazar la verdad. Y aplicaba a la diplomacia este extraño y peregrino concepto. También, un embajador inglés de los tiempos de Jacobo I, Sir Henry Wotton, expresó en cierta oportunidad la opinión de que 'un embajador era un hombre honrado a quien se le envía al extranjero a mentir por el bien de su país'...

No cabe duda que muchas de las críticas y de los chascarrillos que se han hecho de la función diplomática tienen su origen en la actitud de un buen número de agentes del servicio exterior que, tergiversando el verdadero sentido de su misión, se han ocupado en poner de relieven el aspecto superficial de la carrera, sin llegar a comprender que la diplomacia es un oficio que requiere, más que ningún otro, acendrado espíritu de servicio público, pasión por su país, arraigado sentido ético, responsabilidad, seriedad, discreción, decoro y hasta buenos modales.

Fácil es decir que el diplomático es un holgazán. Lo que no parece tan fácil es el cumplimiento cabal de las obligaciones que en todo momento el diplomático está llamado a desempeñar. Diplomacia es, ante todo, presencia: presencia del país que se representa en todos los órdenes de la vida nacional del país donde se ostenta la representación. Esta presencia exige en el diplomático una actitud de vigilancia permanente... El buen diplomático es un obrero sin jornada limitada. El buen diplomático tiene que estar dispuesto a realizar la tarea que, a cualquier hora del día o de la noche, le exija el servicio de su país. El diplomático responsable, con entrañable pasión y celo por los intereses de su nación, debe estar siempre en función de servicio. Las mismas horas de aparente frivolidad, como las que dedica a las reuniones sociales, debe emplearlas en beneficio de su país. Y quizás sea, precisamente, la vida social la que le ofrece el teatro más adecuado para realizar su mejor trabajo. Un diplomático culto, ilustrado, conocedor a fondo de la realidad de su patria, no debe dejar pasar ocasión propicia, sin ser por supuesto impertinente ni inoportuno, para dar a conocer mejor a su país; para hacerlo amar y respetar; para despertar simpatías por el mismo. Considero que una de las primeras obligaciones de los agentes del servicio exterior es la de hacer simpático a su país a través de su simpatía y de su cultura personal.
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Hay un aspecto que, en mi concepto, es de vital importancia para el desempeño de funciones diplomáticas; aspecto que hay que cultivar desde los bancos mismos de la Universidad. Me refiero al aspecto ético. Puede parecer ocioso el que se traiga a colación este ángulo de la carrera que para muchos, al parecer, no tiene importancia y, para los más, se da por descontado en todo aquel que aspire a ocupar una función pública y, de manera especial, si esta función es representativa del país en el exterior. Es verdad que la moralidad y honestidad deben constituir la base de nuestra conducta ciudadana. La vida de comunidad exige, cada día más, que los hombres se ajusten a las normas y principios de la moral para que la vida se desenvuelva en forma más digna y fácil para todos los miembros de la comunidad. Hay que convenir que muchos de los tropiezos y dificultades que encontramos en nuestra vida de relación se deben, de modo principalísimo, al quebrantamiento de los principios morales que debieran reglar nuestra conducta. Por eso el Libertador que con tan empecinado empeño se esforzó por organizar los nuevos estados, hijos de su genio y de su sacrificio, insistió con machacona tenacidad en hacer comprender a sus conciudadanos la importancia de la moral. Cuando quiso resumir en dos palabras las necesidades primordiales de las nuevas Repúblicas, acuñó una frase clarividente y lapidaria: Moral y Luces son nuestras primeras necesidades. En su mente equiparaba la moral a la educación y le atribuía a una y a otra igual importancia para la consolidación y buena marcha de la República... Por encima, o por debajo, de todos nuestros males y de todas nuestras deficiencias y como raíz de ellas, habrá que llegar siempre a estos dos grandes males nacionales: la falta de educación y falta de ética. Existe una entrañable y profunda correlación entre estas dos cosas. Si lográramos mejorar nuestro nivel educativo, ipso facto, mejoraría nuestro nivel moral y viceversa... la primera necesidad de la República hoy, como en los tiempos de Bolívar, es la educación del pueblo. Pero una educación entendida en la plenitud del concepto. Es decir, como la adquisición de un sistema de valores intelectuales y morales que hagan de cada ciudadano un elemento útil para sí mismo y para la sociedad en la que actúa y se desenvuelve.

...En la escogencia de los servidores de la diplomacia venezolana deberá contar, por encima de todas las demás calidades, la condición moral de la persona. De nada valen, aún, en muchos casos, pueden resultar hasta perjudiciales al prestigio y buen crédito de la nación, las brillantes dotes intelectuales de muchos diplomáticos que acrecen de honestidad, moralidad y espíritu de responsabilidad...

A los noveles aspirantes a la carrera habrá que inculcarles, con tenaz insistencia, el concepto de grandeza y dignidad de la misión que la República habrá de encomendarles un día. Hacerles ver que el representante diplomático es una especie de sacerdote del prestigio y dignidad nacionales; que sobre sus hombros reace la tremenda responsabilidad del buen nombre y c´redito de su país en el exterior; que la gestión de un agente debe estar respaldada por la integridad de su conducta y que nada hay más perjudicial para la nación que un diplomático inescrupuloso y deshonesto que, amparado en las prerrogativas que le confiere su condición, abusa de aquello que él mismo debe, más que ningún otro, respetar. ¿Cómo puede merecer respeto, entre las personas y las instituciones del país donde se desarrolla su acción, quien comienza por irrespetar los usos, las costumbres y las leyes de ese país?

El prestigioso diplomático inglés Harold Nicolson, en su delicioso libro "La Diplomacia", al estudiar el diplomático ideal insiste en las condiciones morales del agente, pues, en su opinión, la base de toda buena negociación es la influencia moral que aquél logre obtener en el seno de las asambleas y en los círculos políticos, sociales, económicos y culturales del país donde ejerce sus funciones.

...La diplomacia moderna es un juego de cartas sobre la mesa, realizado con lenguaje claro y limpia intención. La mentira, el engaño y la astucia son en nuestros días, armas obsoletas que a nadie persuaden. Los países que integran la comunidad internacional conocen a cabalidad sus fuerzas y sus debilidades.
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En nuestra época, el juego de la diplomacia se ha desplazado del salón de recepciones a la mesa de las discusiones. No digo que en el salón no se pueda hacer diplomacia eficaz. Ahí está la habilidad del diplomático: saber aprovechar para la defensa de los intereses de su país las circunstancias aparentemente frívolas de la vida. Pero quiero recalcar que el juego de la diplomacia se ha trasladado del terreno político y social al campo económico. Hasta el Tratado de Utrecht la diplomacia constituyó un juego de equilibrios políticos y territoriales. Hoy más que eso, es un campo de lucha económica y de mercados.
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Muchos imaginan que para ejercer el arte o el oficio y la profesión de diplomático (la diplomacia es un poco de todo esto) basta cierto espíritu de sociabilidad unido a buenos modales y a una elegante y discreta capacidad para ingerir licores en las reuniones sociales. Pero la verdad es que si para todas las profesiones u oficios se necesita una preparación adecuada para el cabal desempeño de las tareas que le son propias, el de la dipomacia requiere en sumo grado y, tal vez más que ningún otro, una preparación más cuidadosa y esmerada. Las fallas o errores que puedan cometerse en el manejo de los asuntos internos, por graves que sean, se quedan dentro de la propia casa. No ocurre lo mismo con los errores del funcionario diplomático en el desempeño de la misión que le ha sido encomendada...

No es la diplomacia oficio fácil de cumplir, ni se puede desempeñar a cabalidad esta tarea sin una adecuada, sólida y específica preparación. De ahí la importancia que reviste para la República la formación de sus futuros agentes diplomáticos y, en consecuencia, el interés que ofrece la Escuela de Estudios Internacionales, semillero de nuestra diplomacia del mañana.

...Debemos recordar, con Arturo Uslar Pietri, que un país de primera no se hace con una Universidad de segunda. Y esta calidad no se obtiene solamente por arte y milagro de modernos laboratorios ni de aulas equiparadas con todos los elementos de la técnica avanzada. Esta calidad se obtiene, por encima de todo, con el elemento humano. En una Universidad, el binomio profesor-alumno, es lo fundamental. Claro que una Uniersidad moderna debe estar dotada de todos aquellos elementos técnicos que exija nuestra época, pero esto siempre será secundario. Es menester insistir en la calidad humana y en la capacidad intelectual de los futuros dirigentes de la nación en los diversos campos de la actividad pública y privada.

...El diplomático, es ante todo, un vocero de su país. En las reuniones sociales, en las mesas de Conferencia, en las conversaciones privadas, el agente diplomático debe actuar siempre teniendo en cuenta que ostenta la representación de su país. La palabra, ese instrumento primordial de expresión en la vida social, adquiere para el diplomático especial relieve y significación. El novel diplomático deberá prepararse para expresar adecuadamente sus ideas no solamente en su propio idioma, sino también en aquellos que por su universalidad han sido considerados siempre como idiomas de la diplomacia, a saber, el inglés y el francés...

Se ha dicho que la diplomacia es el arte de persuadir y disuadir. En este sentido el diplomático y el orador tienen sus puntos de contacto. De ahí, que tanto el uno como el otro, deba cultivar el arte de la conversación. Arte difícil y lleno de escollos, en el que se peca por carta de más como por carta de menos. Decir lo que se quiere y únicamente lo que se quiere supone una permanente vigilancia y estricto control sobre el espíritu. Decir lo que debe decirse, a su debida oportunidad, es prerrogativa de  inteligencia avisada y perspicaz. En diplomacia se puede errar, o por no hablar a tiempo o por hablar demasiado o fuera de propósito. Decir bien, dentro de las conveniencias, todo lo que debe decirse y ni una palabra más, es lo que según Martens, constituye el arte de la diplomacia. Por eso una de las virtudes más estimadas en el diplomático es el tacto. Un diplomático sin tacto es como un guía sin sentido de oritentación. Para tener éxito tanto en el arte de la conversación como en el trato con las gentes, el diplomático debe ser psicólogo... Conocer las reacciones humanas, en las diversas circunstancias de la vida, es condición indispensable para manejar los hombres. Y el buen diplomático, como el buen político, debe ser experto en el arte de manejar hombres... La diplomacia que es una rama de la política, jamás podrá aplicarse adecuada y eficazmente, sin el conocimiento de la naturaleza humana en toda su complejísima estructura. Dicho conocimiento se tiene o por don gratuito de la naturaleza o por estudio y observación. Cuando no se tiene por gracia se puede obtener por esfuerzo.
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Debería establecerse un estrecho contacto entre la Escuela y la Cancillería. Funcionarios con conocimiento y experiencia en el Servicio Exterior deberían ser llamados a dictar charlas a los alumnos de la Escuela, a fin de darle a ésta orientación realista y práctica. Para ser un buen diplomático no basta saber Derecho Internacional...
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El diplomático venezolano tiene en sus manos una hermosa bandera para el prestigio de la patria. Esta bandera es el pensamiento genial del Libertador. La diplomacia venezolana debe de ser una diplomacia bolivariana en cuanto debe esforzarse en difundir los grandes ideales contenidos en esa doctrina que es la doctrina de una América libre, soberana, unida, dueña de su propio destino; de una América, con su propia ideología y su camino propio".