miércoles, febrero 05, 2014

Reflexiones gerenciales desde el "Tercer Mundo" (II)

Continúo en esta oportunidad con la serie iniciada pocos días atrás acerca de ciertas ideas expresadas por el abogado, economista, político y profesor universitario Enrique Tejera París, como fruto de sus inquietudes sobre el rumbo que desde hace unas décadas ha venido tomando el país, a partir de la comparación que hace de la generación actual con aquella que le dió inicio a la apertura democrática que vivió Venezuela, cumplido el primer tercio del siglo pasado. 

Esas reflexiones, que recoge Tejera en un breve ensayo titulado "Historia y Objetivos como Factores de Identidad", incluido en un libro homenaje al historiador Guillermo Morón publicado en 1996 por la Academia Nacional de la Historia, parten del balance (o mejor dicho, desbalance) que resultó de aquella contrastación generacional, el cual desembocó en el diagnóstico de los principales defectos, problemas o impedimentos que posee el venezolano, considerado tanto desde una perspectiva individual como colectiva. Frente a tal situación, Tejera París propone una solución global, definitiva y efectiva en el largo plazo.

En una entrada anterior, quedó esbozado el orden a seguir al desarrollar las ideas de Tejera París, quien comenzó analizando el estado en que se encontraba para aquél momento la sociedad venezolana. Pocas han sido las variaciones registradas desde entonces, no en la configuración externa del país (pues hemos tenido muchos cambios: de la Constitución escrita, de la organización estatal, de Instituciones y hasta el nombre mismo de la República), sino en nuestra personalidad colectiva, pues persisten los antivalores que mantienen estancado nuestro desarrollo social, económico, político como pueblo.

En este post se identifican los principales "defectos" culturales que son, para el notable venezolano, la causa de esa crisis que actualmente se vive. No se refiere Tejera a los argumentos más trillados por "tutti li mondi": la corrupción, el mal gobierno, el neoliberalismo, el comunismo... Quizá estos no sean más que síntomas de una causa más profunda: la severa y triste ausencia de valores, su abandono por la búsqueda no de un pretendido bienestar ni de otras consideraciones crematísticas, sino de la comodidad de tanto inútil, mediocre e incompetente que tanto pulula hoy, debido, en gran parte, a la asunción por parte de un Estado "todero" de espacios que nunca han debido ser abandonados por la sociedad civil. Entre ellos, la economía.

Cuatro son los principales errores, faltas o defectos de los venezolanos, según Tejera París: el primero, relacionado con nuestra valoración de nosotros mismos, no sólo en el plano personal, sino también en el social (ambos están íntimamente relacionados: cada persona es un proyecto de vida en sí mismo, pero una nación también es un proyecto, como bien lo destacaba recientemente ante su audencia una profesora de un curso de Derechos Humanos). Es decir, la tan mentada (y actualmente devaluada) autoestima del venezolano (tema que ha sido tratado magistralmente por Manuel Barroso, a quien tarde o temprano también tendré oportunidad de abordar en este espacio). Sigue en el orden de sus consideraciones es el problema serio que existe con la puntualidad en el país, que no es más que un relajamiento, asumido como un carácter muy tropical, de la percepción del tiempo. En tercer lugar, tenemos a la falta de continuidad y de seguimiento en las acciones que se emprenden. Por último, a la falta de simplicidad de las soluciones que se proponen a los problemas.

Cada una de estas faltas (que pueden catalogarse también como excesos: así, respectivamente, padeceríamos de exceso de autodenigración, de pérdida de tiempo, de inmediatismo y de complicaciones) son explicadas por nuestro autor de forma diáfana y amena. Debemos llamar la atención una vez más, sin embargo, que el texto a que se alude fue escrito en 1995. Mas, ¿quién discute hoy día la persistencia de estos defectos en la forma de ser del venezolano? Veamos, seguidamente y en detalle, cómo nos muestra a cada uno de ellos Enrique Tejera París:


A. Falta de autoestima [o exceso de autodenigración]
"En la identificación de problemas culturales de Venezuela ocupa puesto principal la subvaloración -o la 'falta de autoestima'- como también se [le] dice. El constante desprecio a su país, el denigrarlo ante extranjeros, hace además un daño inmenso al crédito de Venezuela... Este fenómeno de la autodenigración constante (y cuasi automática) deja perplejos a los extranjeros y reduce considerablemente la posibilidad de que aumenten las inversiones y venga una mejora económica... que beneficiaría a los mismos que la retardan con sus ligerezas de lenguaje...
En el fondo, los que así proceden aparecen como detestándose a sí mismos, frustrados al darse cuenta de que son menos importantes de lo que creían, o de que son menos competentes de los que debían ser. Empujados por el defecto nacional del resentimiento, pretenden recuperar su autoestima mediante una denigración general, creyendo encontrar la solución de su problema despreciando a otros o hasta a su país, con tal de poder sobrestimarse aunque sea por un rato.
Es cierto que ayuda a tener autoestima una buena situación económica... La situación económica mejorará sin duda en Venezuela y eso depende de otros factores... Pero de que la autodenigración es un fenómeno que merece atención de por sí, no hay duda. Así sucede también con otros fenómenos culturales -y curables- que no pueden explicarse sólo con el incremento de población o con la situación económica accidentada.
...Los incumplidos siempre han existido. Pero ¿nuestra autodenigración? No la recuerdo de mi niñez, ni juventud. Quizá apareció en las décadas 50 y 60...".

B. Falta de puntualidad [o excesiva pérdida de tiempo]:
"Tomemos otros defecto que también se traduce en alto costo económico: la falta de puntualidad o, si se quiere, la inexactitud. La pérdida acumulada del tiempo de todos los venezolanos, la sumatoria de todas las impuntualidades que se van provocando unas a otras puede llegar anualmente, calculada al costo por hora de trabajo, a sumas astronómicas. En Venezuela no es que no trabajamos ni que somos flojos: es que perdemos mucho tiempo dentro y fuera de nuestro sitio de trabajo...
Al desprecio por la inexactitud se deben atribuir también muchos fracasos de nuestro comercio exterior. Cuántas veces se oye decir que los productos venezolanos son perfectamente competitivos, pero que nuestros fabricantes no cumplen con lo que ofrecen porque no envían la mercancía en la fecha prevista; o porque el producto es desigual, por desidia en el control de calidad; o porque no contestan las comunicaciones, con 'simpática' desfachatez. Y tocante a los bancos y comerciantes, cuántos hay que no pagan sus deudas en la fecha de vencimiento, aún teniendo el dinero listo, por simple dejadez, porque la impuntualidad se considera como un incidente sin costo -nieconómico ni social- cuando es precisamente lo contrario y de consecuencias graves y acumulativas en costos y reputación".

C. Falta de continuidad [o exceso de inmediatismo]:
"Pero allí interviene otro grave defecto por corregir, que no es exclusivo de Venezuela, sino que lo compartimos con pueblos frenados culturalmente: la falta de continuidad y de seguimiento, el deterioro de las instituciones. En vez de persistir los esfuerzos, de desarrollar lo existente, se vuelve a empezar, se cambian los nombres, se devalúan los títulos... Maestro, esa palabra de tanto contenido, se ha devaluado en Venezuela, lo mismo que secretario y tantas otras que reemplazan con denominaciones injustificadas y hasta con eufemismos, como si esas buenas palabras fueran en menoscabo del oficio. Quizá los únicos títulos que han logrado revalorizarse en Venezuela y ponerse al nivel mundial, son los grados militares e, incipientemente, los del Servicio Exterior [sin embargo, hoy día casi cualquiera puede ser General o Embajador, pero eso no quiere decir que cualquiera puede ser uno bueno, de calidad]...
De la Venezuela del siglo XIX, desolada por las guerras civiles, nos queda el dar más valor a las palabras e imágenes que a las realidades. Cambiar esta actitud pudiera ser otra meta impuesta al Sistema Educativo. Convencernos de que los cambios de organigramas no conducen a mucho (¡a menos que sea eliminándolos!) y que lo que importa es que funcionen los procedimientos, los flujogramas, los funcionarios; y que, más todavía, lo que importa es cambiar sus actitudes ante el trabajo y ante el público".

D. Falta de simplicidad [o exceso de complicación]:
"Mientras más atrasado un país, más complicados son los métodos, los títulos, las estructuras administrativas, más delirante es la compra de equipos e instrumentos que quedan sin uso, más desoladora la falta de mantenimiento...
Nos gustan las soluciones -o pseudosoluciones- inútilmente complicadas. El país de los 'resteados' ha pasado a ser el país de los 'enrollados'. Si el tráfico se hace difícil en una esquina, puede suceder que en vez de un semáforo monten un puente. Si no funciona una Jefatura Civil, se la asciende a Prefectura; y si todavía no funciona, pues se piensa en reformar la Constitución... Pocas veces se piensa en la solución simple y obvia, porque no les parece suficientemente científica y mientras más gente, más pasos, más oficinas se ocupen de una sola cosa, más siguen agregando complicaciones, sobre todo en el sector público. En Venezuela las pirámides administrativas todavía tienden a alargarse; en contra de la moderna ciencia administrativa, se les agregan más y más niveles, en vez de achatar las pirámides, como es la tendencia mundial gracias al progreso de [la] computadora y [las] comunicaciones; y claro, mientras más complicada e imprecisa la administración, mayores son los retardos y las tentaciones de corrupción. A todo esto y con efectos parecidos, reforman, inflan y multiplican leyes, decretos y ordenanzas...
La complicación administrativa, la proliferación legislativa, la imprevisión y lentitud, son particularmente peligrosas para la administración y la economía; pero los remedios administrativos también pueden serlo, por razones similares a las de la medicina, que es la ciencia que más se le parece, pues ésta se ocupa de la economía humana y las otras de la economía social; de esta similitud sale el parecido de vocabulario: las tres ciencias hablan de sistemas, aparatos, órganos, circulación, operaciones, diagnósticos y pronósticos. Me observó una vez mi padre, que era médico, que cuando un facultativo receta varios remedios a la vez es porque no ha logrado diagnosticar la enfermedad... Pues bien, en economía o en administración tampoco conviene aplicar varios remedios al mismo tiempo. Más de una vez, en la economía política como en la economía humana, quitar las medicinas conduce a la salud [de aquí podría surgir un buen argumento contra la "terapia invasiva" que es la -excesiva- intervención del Estado en la economía].
Hasta aquí llega nuestra entrada en esta ocasión. En la próxima, presentaremos cuáles son las soluciones que propone este inteligente caraqueño, para comenzar a corregir o "eliminar", como él mismo dice, estos fatales errores de la cultura del venezolano.

- Parte I de esta serie.
- Para saber (y leer) más sobre La Autoestima del Venezolano, de Manuel Barroso (incluyendo breves extractos de la obra), ver aquí, aquí y aquí.
- Manuel Barroso, El Psicólogo que convirtió al país en su paciente, entrevista de la periodista-escritora Milagros Socorro al autor del libro La Autoestima del Venezolano.

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