viernes, agosto 10, 2012
Una lección en capitalismo de amigotes
Por PIERPAOLO BARBIERI
Jorge Luis Borges solía decir que los argentinos sufrían con "demasiados mesías". Su presidente actual, Cristina Fernández de Kirchner, sin dudas predica como si lo fuera. En reuniones de la ONU, regaña a EE.UU. y Europa por la crisis financiera global, y en el última cumbre del G-20 en junio intentó reavivar la disputa por las Islas Malvinas con Gran Bretaña.
En Argentina, Kirchner convirtió una ley para emitir anuncios clave en los medios en una plataforma política permanente. Aparece en TV constantemente hablando de temas tanto importantes (como su apropiación de la petrolera YPF de manos de la española Repsol), como banales (videoconferencias en las que aparecen fanáticos que integran las filas del gobierno). Un pago rutinario de deuda el viernes pasado presentó una oportunidad para otra diatriba televisada contra el capitalismo global, y una oportunidad de exaltar las virtudes de su propio gobierno, uno "levantado sobre la equidad y los derechos humanos".
En momentos en que EE.UU. se prepara para una importante elección presidencial, Argentina es un triste recordatorio de cómo las tomas del poder del gobierno y el capitalismo de amigotes son el enemigo del desarrollo genuino.
A los economistas de izquierda les encanta señalar que el PIB de Argentina creció con rapidez desde que los Kirchner llegaron al poder en 2003. Fernández de Kirchner es la viuda del ex presidente Néstor Kirchner y lo sucedió en la presidencia en 2007. Bajo el gobierno de los Kirchner, un auge global de los commodities brindó un viento de cola para una economía argentina orientada a la producción de alimentos.
En medio del auge, los Kirchner denunciaron un "neoliberalismo" corrupto, y prometieron "liberar a la gente" a través de un gobierno revitalizado. Así que mientras Perú y Colombia profundizaban las reformas estructurales, Argentina expandía su burocracia y evitaba la liberalización. Eso llevó a menos independencia para instituciones como la agencia nacional de estadísticas, Indec, que ha mentido de forma tan descarada sobre la inflación que la revista The Economist ahora se niega a publicar sus cifras alteradas. Los informes falsificados de baja inflación del Indec minimizan los pagos indexados a jubilados, así como subestiman las cifras de pobreza. Sin embargo, los niños se mueren de hambre en las provincias rurales sin importar lo que elige publicar el gobierno. Las organizaciones civiles que se han pronunciado sobre las mentiras han registrado una disminución en su financiación y sus líderes fueron amenazados. Nada parecido a liberar a la gente.
Estas mentiras ayudan a cubrir más intervenciones perniciosas del gobierno. En marzo, Kirchner destruyó la independencia del banco central argentino, al reescribir su carta orgánica para permitirle al gobierno un uso ilimitado de las reservas del banco para pagar sus deudas, una receta certera para aún más inflación dañina y una moneda devaluada.
Cuando algunos sostienen que las actuales "aguas desconocidas" de la política monetaria indican la necesidad de más supervisión política sobre la Reserva Federal y el Banco Central Europeo, la experiencia argentina es un testimonio de cuán importante sigue siendo la estabilidad de precios en tiempos inestables. En particular en países en vías de desarrollo, los ricos encuentran formas de protegerse contra la inflación, mientras los jubilados y los pobres sufren más que nadie.
El deterioro institucional se entiende por todos lados y sólo empeora. Esta semana, el gobierno de Kirchner anunció planes de expropiar la empresa que imprime su moneda, el peso argentino.
Los argentinos de clase media han ahorrado en dólares para protegerse a sí mismos. Pero a fines del año pasado, el gobierno implementó severos controles monetarios y comerciales. Esto ha alienado a socios comerciales clave como Brasil y llevó a una escasez rutinaria de insumos esenciales. Lamentablemente, ninguna empresa que dependa de cadenas de suministro global puede producir en Argentina ahora. La producción industrial sobrevive sólo a través de ineficientes aranceles a las importaciones. Así que, previsiblemente, la productividad se resiente. Un iPad en Argentina, por ejemplo, cuesta más que en cualquier otro lugar del mundo.
Aún peor, los controles autoritarios han dado origen a múltiples tasas de cambio: si uno es amigo del gobierno, el dólar cuesta 4,5 pesos. Para todos los demás, sale más de seis. La compra venta instantánea hace que el amiguismo sea rentable.
Los jubilados argentinos han sido afectados en particular. Marginados de los mercados de crédito global, los fondos privados de pensión fueron nacionalizados en 2010. Si el sistema privado carecía de la supervisión debida, el sistema nuevo está diseñado sin ambigüedades para apropiarse de los fondos con fines políticos. ¿De qué otra forma se puede explicar un plan presentado el mes pasado para ofrecer viviendas a tasas de interés reales de -20% —financiadas por fondos de seguridad social y que serán construidas por amigos de Kirchner— cuando la mayoría de los jubilados están por debajo de los niveles de subsistencia?
Fondos de seguridad social también han sido destinados a nacionalizar empresas como la expropiada YPF. Pero cuando la gerencia se pone en manos de amigos y no de expertos, la desafortunada mezcla de corrupción e ineptitud garantiza pérdidas para tanto la seguridad social como los empleados de la empresa. No es sorprendente que ninguna petrolera extranjera —ni siquiera la rusa Gazprom ni la china Sinopec— haya invertido en YPF. La semana pasada, el presidente ejecutivo elegido a dedo por el gobierno incluso amenazó con dejar su cargo debido al poco control que tiene sobre la empresa.
Con una mezcla tóxica de inflación, autoritarismo y corrupción que deja a la economía estancada, Kirchner ha estado viajando por el mundo en busca de nuevos amigos. Para un gobierno que se concentró el juzgar los crímenes genocidas de la junta miliar de los años 70, es muy sorprendente que sus misiones comerciales más recientes hayan sido a los países dictatoriales como Azerbaiján, donde los partidarios de la democracia son encarcelados regularmente, y Angola, donde una familia gobernante corrupta mantiene el poder desde hace 30 años al perpetrar violentos crímenes contra los opositores.
El arquitecto de la radicalización económica de Argentina, el neo-marxista Axel Kicillof, suele llamar a los críticos "reaccionarios" mientras elogia la administración de demanda agregada keynesiana. Dado que sus políticas ahora causaron un estancamiento inflacionario en la Argentina, no debería sorprender que lo que escribe Kicillof sobre Keynes es tomado de otros académicos desacreditados hace tiempo. Y sin embargo, los amigos de Kicillof —ahora en posiciones de liderazgo en empresas recién nacionalizadas y en juntas directivas corporativas debido a las inversiones de seguridad social— se han beneficiado fácilmente de este "gobierno revitalizado".
En los años 60, el filósofo situacionista Guy Débord acuñó la frase "la sociedad del espectáculo" para describir la farsa de los burócratas soviéticos que simulaban defender al proletariado mientras sólo se beneficiaban a sí mismos. En momentos en que la mayor parte de América Latina implementa prometedoras reformas institucionales, Argentina necesita menos sermones televisados y más acción para enfrentar el capitalismo de amigotes que se extiende por su gobierno. Como otros falsos profetas, el gobierno de Kirchner ha terminado representando el mismo mal que pretendía combatir. Argentina se merece algo mejor.
—Barbieri es investigador de la Escuela Kennedy de Harvard.
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