Ante todo debo aclarar que mi intención no es tratar temas políticos (al menos no directamente) en este espacio. Más bien mi propósito de abordar este tópico es el hecho de que, si bien el tópico está actualmente en la palestra por motivos políticos, sin duda se relaciona con el objeto de este blog. La reciente expropiación de la empresa Conferry ha generado gran revuelo y ha desatado una nueva batalla entre diversos factores de la vida nacional y, particularmente, entre el Gobierno y la oposión. Sin embargo, me gustaría enfocar varias percepciones que he tomado de la prensa, que dicen mucho de las razones por las cuales considero que Venezuela es como es (y está como está). Así que, de alguna manera, es un ensayo de análisis discursivo.
Los debates son necesarios, sobre todo en una sociedad que aspira a desarrollar como valores fundamentales a la democracia y la libertad. De allí que toda crítica deba, en principio, no sólo ser demoledora, sino también, y a un mismo tiempo, constructiva, edificante, beneficiosa.
La historia es, palabras más, palabras menos la siguiente: desde hace mucho tiempo atrás la empresa de transporte marítimo Consolidada de Ferrys (Conferry), se venía desempeñando con un récord verdaderamente desastroso del servicio de traslado de tierra firme a la Isla de Margarita, verdadero paraíso turístico de Venezuela y unos de los destinos preferidos de este país, tanto por nacionales, como por extranjeros. Frente a esta situación y a las interminables quejas de los usuarios del servicio, el Gobierno Nacional expresó su intención de expropiar la compañía, lo que finalmente se materializó a finales del pasado mes de septiembre. Las reacciones no se hicieron esperar y el debate, en un país donde a todos (incluyéndome) les gusta hablar, pero en el que pocos (aquí no quisiera incluirme) realmente hacen, quedó planteado en todos los niveles.
Los comentarios van de lo humorístico a lo nostálgico, pasando por lo anecdótico y lo francamente fuera de lugar, junto con argumentos pretendidamente más pragmáticos. Así, por ejemplo, en un artículo de Leopoldo Tablante, titulado 'Leyes de flotamiento', publicado en el diario El Nacional (miércoles 6 de octubre de 2011, Primer Cuerpo, página 8 -Opinión-), se lee lo siguiente:
Mi primer viaje a Margarita fue en el carnaval de 1978. Llegué a la isla en un barco de Conferry... Desde el muelle de Puerto La Cruz, el ferry lucía como una de las naves de la flotilla del mal de La guerra de las galaxias...
Nuestros sueños de grandeza -textura de ventana panorámica, gusto de wisky y aroma de humedad de aire acondicionado central- se iban a pique en cuanto se entraba al estacionamiento del ferry. Superada la asfixia de humo de escape y lubricante, los pasajeros de primera clase subían las estrechas escaleras metálicas que conducen al pabellón de segunda...
Lo ferrys debían tener relativo poco tiempo de haber sido botados de sus armadores en Noruega o Dinamarca, pero la desidia de su público usuario, sobre todo en el área de los baños para caballeros, era prehistórica. Frente a ese batallón de esfínteres sin puntería -las mismas naturalezas que arrojaban latas de cerveza Polar al mar-, la empresa debía redoblar sus esfuerzos y sus dosis de desinfectante para devolver la atmósfera a niveles respetables. Sin embargo, Conferry prefirió cebar el carácter de su personal de atención al público, que, sobre todo en tierra, se caracterizaba por una cortesía áspera, lujo que pueden permitirse las empresas excesivamente solicitadas y seguras de sí mismas, reconfortadas en la falta de competencia.
En tiempos en que el ferry tradicional era la única opción, la compañía pareció haber formalizado un compromiso con la zozobra. No había bote salvavidas que valiera: baños tapados, asientos depanzurrados, puertas hacia cubierta sin brazos hidráulicos o condenadas de por vida, motores averiados o una segudilla de navez hundidas (el Aldonza Manrique, el Doña Juana, el Santa Margarita II, el Virgen del Valle).
Hasta aquí la historia y el diagnóstico de la terrible situación del servicio. No sin una infaltable dosis de inconformismo, el articulista continúa diciendo:
Si alguien me pregunta hoy si yo disfruté de mis viajes a Margarita en los barcos de Conferry... le diría, sin lugar a dudas, que sí: por la luz del oriente venezolano, por el espectáculo de los delfines, por la languidez del recorrido, en fin, por nostalgia, pero también, por reconocimiento de un público disonante, convencido de merecer una comodidad y una eficiencia desproporcionadas ante su indolencia para el bien común... Conferry navega por las aguas de una tropicalidad venezolana que une a dueños y usuarios en un vínculo de negligencia sobreentendido y patético, casi simbiótico.
Y termina con unas palabras alusivas a varias incidentes recientes en materia de transporte público (aviones caidos, trenes descarrilados y cosas por el estilo), junto con la condena de estilo a las políticas gubernamentales. Muy bien, pero lo relevante, junto con el deplorable estado en que Conferry tenía el arte del transporte marítimo de pasajeros en Venezuela, es la crítica irónica, pero directa, el acertado tono inconformista frente a la evidente mala gestión del servicio por parte del prestador. Hay allí reflexión, verdad e incluso un diagnóstico inestimable por su sinceridad y ese sabor tan vital que le da la experiencia al usuario. Tablante denuncia las complicidades entre un público destinatario de un servicio, pero inconciente de sus deberes y obligaciones, junto con la errada política de una empresa ignorante de las más mínimas nociones de calidad de servicio y trato al público.
Otro comentario que me ha llamado la atención, es el de un reconocido escritor, nativo de la región afectada y cuyo énfasis da una idea diáfana de lo terribles que pueden llegar a ser las solidaridades automáticas, tan típicas del venezolano, para nosotros mismos y nuestro entorno, hasta el punto de enceguecer a las personas frente a la dura realidad, todo con el fin de no reconocer los errores propios o ajenos (en este caso, de un "pana", o del "compatriota", el "paisano" o, simplemente, el que comparte ideas políticas o cualquier otra de la misma ralea). En efecto, Francisco Suniaga, en la misma fecha, cuerpo y página del diario El Nacional, en su artículo titulado 'En defensa de Conferry', dice, entre otras cosas, lo que sigue:
Pertenezco a una generación de margariteños cuyos primeros recuerdos alegres están vinculados al ferry, a ese primer viaje vacacional a tierra firme que saciaba una curiosidad atávica. ANtes de 1957 eso no era posible, solo salía de Margarita quien tenía la necesidad de hacerlo. El ferry fue desde entonces y hasta ahora una empresa margariteña, manejada por empresarios y marinos de la isla. A diferencia de otras regiones de Venezuela, históricamente fueron los propios isleños quienes hicimos lo necesario para resolver el problema de la insularidad. Aquí la construcción de barcos ha sido una tradición de sgilos, no solo en razón de la pesca sino también por la necesidad de atravesar el mar para obtener los bienes que la naturaleza no brindaba o no permitía obtener con el trabajo...
Cuando los primeros empresarios margariteños alcanzaron un nivel de ahorro significativo - en la escala menor de la Margarita de los años ciencuenta, a conferry la fundaron con un millón de bolívares- crearon las empresas que iniciaron el servicio de ferrys. Así, durante más de cincuenta años, las isla se ha beneficiado de la existencia de una medio de transporte masivo que permitió la expansión del turismo -lo popularizó- y el crecimiento económico. Un hecho histórico incuestionable: el ferry cambió a Margarita y fue un factor directo en la construcción del bienestar ahora evidente en la isla.
Todo bien hasta ahora: el recuento del devenir histórico de todos los bellos y grandes esfuerzos (no lo dudo) que lograron el desarrollo de las empresas regionales de transporte marítimo, arropado con un bello estilo literario que exalta la épica de los pioneros del servicio. Pero un demonio posa su sombra sobre tan bella experiencia:
Cierto es que en el servicio de Conferry hubo muchas deficiencias -no todas atribuibles a la empresa, por cierto. Pero cómo no iba a haberlas, si formaba parte de la realidad de un país deficiente. Hubiese sido un absurdo surrealista salir de una Caracas deficiente, conducir por una carretera de la costa extraordinaria y peligrosamente deficiente, llegar a una Barcelona - Puerto La Cruz supremamente deficientes y montarse en un ferry sueco. Eso es algo que mucha gente, beneficiaria renuente del servicio de Conferry, jamás entendió, negándose a ver el hecho de que el servicio de ferry mejoró o empeoró con el país, como todos nosotros.
He aquí el acabóse. La justificación de la incompetencia, la baja calidad, la desidia, la mediocridad, en una sola palabra, la "deficiencia" de un servicio, en un entorno caótico. Esto es lo que califica Stephen Covey en su maravilloso libro "Los siete hábitos de la gente altamente efectiva" (Paidós, Barcelona, 1997, p. 82) conceptualiza como "determinismo ambiental": aquél que dice que algo o alguien de su ambiente (de su entorno) es responsable de su situación (pero no el sujeto mismo).
Sin embargo, se trata de un fenómeno más o menos generalizado, pues una opinión semejante la expresa el articulista Luís Eduardo Rodríguez, quien en el diario El Sol de Margarita, en su columna Mar de Leva, publicada el pasado 20 de octubre bajo el título "Yo también defiendo a Conferry", ha dicho:
Nosotros también asumiremos la defensa de Conferry y a diferencia de Suniaga lo haremos con un enfoque menos histórico y emotivo y más económico y pragmático. Efectivamente, Conferry es un ícono de Margarita y está sembrado en el cariño de la gente, pero también es, sin duda, una muestra palpable de lo que la empresa privada puede hacer por el colectivo, su desarrollo y progreso. Por ejemplo, Conferry fue, y es, un enorme generador de empleo (1.000 puestos de trabajo directos), siempre ha tenido una fuerte carga regionalista y como empresa matriz del grupo Tovar sus beneficios -a diferencia de otros capitales golondrinas- han sido invertidos aquí (clínicas, hoteles, puerto de cruceros, equipos deportivos), produciendo y distribuyendo riqueza y creando empleo. Negarlo es simple desconocimiento o, peor aún, perversa intención de destrucción.
Conferry no sólo nos conectó con tierra firme hace más de medio siglo ya, sino que también incentivó y potenció el comercio insular costas afuera y en retribución nos trajo adelanto y progreso. Sirvió, asimismo, esta empresa para que los emprendedores margariteños de la época apostaran a la consolidación de un empresariado privado fuerte y comprometido con su región. Con la llegada de Conferry comenzó a cambiar la faz de la Isla dejando de ser una región aislada de cualquier muestra de crecimiento y desarrollo.
La firma, con el transcurrir de los años incursionó en la actividad social de la colectividad margariteña y en ese sentido, quién puede olvidar a Fundaconferry, brazo social de la naviera que durante décadas sirvió como apoyo y soporte para los más necesitados. Qué decir del deporte, en donde desde el mismo principio y durante toda su trayectoria del equipo de básquet Guaiqueríes de Margarita sólo se hizo posible con el aporte de Conferry.
Que tenía fallas y deficiencias, claro que sí; sería necio ocultarlo e irresponsable encubrirlo, pero nunca de tal magnitud que justificara el despojo del que fue objeto por parte de un régimen que si de algo puede ufanarse es precisamente de ser el más inepto de la historia.
Muy cierto señor Rodíguez: usted lo ha dicho bien: es necio ocultarlo e irresponsable encubrirlo. La cuestión está en la percepción equivocada de que para justificar una idea o un punto de vista debamos cerrarnos ante los aspectos de la realidad que sirven de argumento al contrario. Particularmente cuando se trata de la eficiencia de una empresa y el trato a los usuarios, destinatarios del servicio y razón de ser del mismo. La prosperidad de una empresa o de un país no puede fundarse sobre la base de la mala calidad o el pésimo trato al consumidor. Mucho menos justificarse por el hecho de que en el entorno todas las cosas funcionen mal o no funcionen. Esto es algo que contradice tanto a la ética pura y estrictamente capitalista, como a la que se denomine socialista. Ningún sistema económico puede sobrevivir, y mucho menos prosperar, sobre fundamentos ineficientes. Eso lo prueban, por ejemplo, la experiencia de la URSS en 1989, la de Roma durante las invasiones bárbaras y la de Grecia del momento actual (un país en el extremo inferior de un mundo desarrollado con nada menos que un 35% de desempleo, casi endémico).
No importa en manos de quién está la gestión de una empresa o un servicio, lo relevante y necesario es que se trate de una buena gestión: con la eficiencia, el buen servicio, la optimización de esfuerzos y la minimización de costos como nortes. Claro que un Estado empresario inevitablemente termina descuidando, tarde o temprano, sus tareas fundamentales: la educación, la salud y la seguridad del "soberano" (esto es, del pueblo, el conjunto de ciudadanos). Aspectos que están muy patentes en nuestra realidad actual.
Por otra parte, el actual Ministro del Poder Popular para Transporte y Comunicaciones, Ingeniero Francisco Garcés, en una entrevista reciente que le hizo el periodista Clodovaldo Hernández, publicado en el diario Ciudad Caracas (miércoles 26 de octubre de 2011, página 24), también se ha pronunciado en torno a la estatización de la empresa:
- ¿De verdad podrá su despacho mejorar el servicio de Conferry?
- Absolutamente sí. La medida que tomamos fue el producto de las demandas de la ciudadanía de contar con un servicio de transporte que respete al usuario, que sea puntual. Se venían sumando muchas quejas de un servicio que no era bueno, pero desemjoró aún más...
- Si tiene esas capacidades, ¿Por qué el Gobierno no ha podido poner en operación el ferry Discovery, que lleva dos años amarrado en la Guaira?
- Es necesario aclarar que ese ferry no es del Gobierno, sino de una empresa privada que lo adquirió sin verificar antes que podía ser operado en las instalaciones existentes...
- Se afirma que el barco necesita una rada especial en el puerto de El Guamache (Margarita), que no se ha construido hasta ahora...
- La misma empresa, dueña del barco, admitió hace poco que fue su error. Es como si una aerolínea comprara un Air Bus 380 para cubrir una ruta con un aeropuerto peqeuño; y luego, le pidiera al Gobierno que ampliara l apista para poder operarlo. Como Gobierno, no podemos asumir el error de ellos y construirles las instalaciones que necesitan...
Pero precisamente ¡el Gobierno terminó asumiendo la responsabilidad de la gestión de un servicio que no le corresponde! Y justo allí radica lo criticable de la medida (más allá de las formas implementadas al respecto, poco respetuosas con los procedimientos expresamente previstos en la ley). ¿Hasta cuando dependeremos del Estado para que cure todos los males de la sociedad, mismos que, en gran medida, él mismo ayuda a crear por su ineficiencia intrínseca? ¿Cuándo será que los entes reguladores se dediquen a regular y supervisar de verdad, los protectores de usuarios y consumidores a protegerlos realmente y los empresarios a producir bienes y servicios de calidad para el destinatario final? ¿Hasta cuándo el Estado seguirá asumiendo responsabilidades y tareas que le corresponden llevar a cabo a la sociedad en su conjunto, pero muy especialmente a los particulares?
Tomar conciencia de esta situación es parte esencial de esa revolución necesaria, ajena a los sistemas económicos y a las ideologías políticas: la transformación de las conciencias, de la autoestima y del carácter, semejante a la que hizo posible el surgimiento del espíritu de empresa en el siglo XVI, de la Revolución Industrial en el siglo XIX y la tecnológica en curso en los tiempos que vivimos.
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